Durante mis años de estudio en la escuela de magisterio una corriente, que comenzaba a estar en boga, consistía en la aceptación de que en la edad escolar había que proteger al niño de cualquier competitividad existente. Es decir, para no herir al niño, se pretendía que no hubiesen competiciones y si las hubiere que todos y cada uno de los niños ganase algo. De esta manera, era, y es, muy frecuente escuchar de la maestra de infantil que “¡todos hemos ganado!” al acabar, por ejemplo, una carrera. Imaginaos la cara que se le queda al niño que legítimamente ha ganado esa carrera y que ahora está echando el hígado por la boca.
Yo siempre he estado en contra de esta tendencia, por dos razones: la primera, porque el niño (y el adulto) necesita una pequeña motivación para mejorarse siempre a sí mismo. Es decir, competir no contra otros sino contra ti mismo con el afán de superarte. Segundo, porque evitar de esa forma cualquier tipo de competición es mentirles, es obviar uno de los principales objetivos en educación: prepararles para lo que les espera en un futuro. Y el futuro es competición. (más…)