Despertar en mitad de la noche, medio dormido, rodeado por la más aterradora oscuridad. Llamas a tu madre, primero con un tímido «¿Mami…?» y después de forma mucho más contundente, pero no responde, así que te levantas de la cama, coges uno de esos amuletos que te dan seguridad –un muñeco, una manta, o un globo–, y sales por la puerta de la habitación, en busca de mami, para que te consuele y haga desaparecer todos tus miedos.
Tal vez sea porque he sido padre recientemente, pero esta premisa me parece enternecedora, como me lo parece la de Among the Sleep. Jugar con los miedos de los infantes y representarlos es una tarea harto compleja, pero concede una libertad creativa casi infinita. La mente de los niños funciona captando información de todas partes y procesándola en su aprendizaje. La distorsión de conceptos o recuerdos puede derivar en mil y una pesadillas, desde la creación de un monstruo imaginario que habita debajo de la cama a un bosque tétrico donde incluso el suelo donde pisas es hostil.