Hay un simple hecho en The Wonderful End of the World que me maravilla cada vez que entre tarea y tarea decido echarme un nivel. Para contextualizar diré que el juego empieza con la siguiente premisa: el mundo está a punto de acabar y una diosa decide salvar todo lo posible de la tierra. Como jugadores, nosotros asumimos el papel de marioneta informe al servicio de esta deidad y nos ponemos a buscar objetos más pequeños que nosotros para arrastrar a modo de cuerpo material. En esta suerte de Katamari Damacy menos pulido vamos de objeto en objeto buscando desesperadamente crecer antes de que el contador llegue a cero.
Y en esa constante búsqueda, cuando tus sentidos están centrados en todo aquello que puedas engullir, se da un auténtico truco de prestidigitador que hace que a uno se le ponga la piel de gallina.
De repente, te das cuenta, parece que las cosas han cambiado a tu alrededor. Todo lo que tienes a tus pies ya no tiene la más mínima importancia. En realidad, no ha cambiado el entorno, sino que lo has hecho tú: tu tamaño ha aumentado y, a consecuencia de eso, la cámara se ha alejado y descubres que más allá de las (antes enormes) vallas que tapaban la visión hay aún todo un mundo por descubrir. La caja de juguetes que tenías hasta ahora definitivamente se te ha quedado pequeña, y como curioso explorador sientes con sólo un vistazo la necesidad de salir al exterior.
Y una vez sales, aquel nivel que parecía sólo un jardín pasa a ser algo mucho más grande. Todo un conjunto de casas con sus propios habitantes. Y recorres este nuevo mundo y descubres la poca cordura que había en el estudio de Dejobaan a la hora de diseñar los diferentes niveles del juego. En medio de un barrio residencial que parece de lo más normal, y hortera, nos encontramos tranquilamente con un dinosaurio paseando o con un barco más grande que la mayoría de las casas hundido en un jardín. Todo un delirio kitsch de aquellos que tanto nos gustan como jugadores.
Absorbes para crecer, y creces para absorber, hasta que vislumbras que más allá de aquel mundo mágico de gominolas unos gigantes te observan desde una habitación. Es decir; lo que parecía un mundo entero con sus detalles no era más que un pastel en una realidad cotidiana.
Y tú, como jugador, no dudas en hacer lo posible para llegar a ese más allá. Intentas crecer lo suficiente para conseguir llegar a ese plano de existencia que parece inaccesible. Y una simple abertura del ángulo de cámara se convierte en la salida del refugio 101, en un vistazo desde la montaña al mundo de Prince of Persia, en la primera vista de Rapture desde la batisfera.
Sin embargo, al querer salir, cuando te das cuenta de que no vas a llegar a ese objetivo, redescubres el paraje que ha quedado asolado a tu paso. Y lo peor de todo: has cambiado, ya no eres el mismo, eres el héroe y, como tal, no puedes regresar a tu punto de inicio.
Mientras los últimos segundos del cronómetro se agotan, algo extrañamente similar a la melancolía atraviesa tu mente. El tiempo se acaba, tu nota es A+.
Tengo pendiente este título desde hace un tiempo, pero como comentas, el hecho de que fuese una versión “pobre” de Katamari hizo que fuese perdiendo su sitio en la cola.
Yo me lo compré en un pack y la verdad es que no podría estar más contento.
Aún así no termino de recomendar su compra, porque entiendo que a la mayoría no les gustará por su aspecto y funcionamiento algo cutre.
Tiene este momento comentado, que para mí es mágico y lo ha valido. Pero no creo que mucha gente se sienta satisfecha si han probado el katamari.