Cuando estamos en las típicas sobremesas de las cenas con amigos, mi mujer y yo siempre acabamos derivando la conversación hacia historias que tratan horrores hospitalarios. Será deformación profesional pero no podemos evitar hablar de las extrañas situaciones que suelen suceder en estos centros. Una de mis favoritas de siempre es la de un hombre que, en medio de una alucinación, decide salir por el pasillo y arrancarse a tirones la sonda que tiene metida por la uretra. Ante la situación un celador que le persigue grita con perfecto acento sevillano «Manolo, ¡que te va arrancá la polla!» y entonces el protagonista de la anécdota se gira y dice muy dignamente: «Tranquilo, que soy tipógrafo».
Desde el día en que escuché esta anécdota mi admiración por el gremio de los tipógrafos es total. ¿Cuántos trabajos te dan la suficiente entereza como para dejarte los genitales hechos unos zorros sin pestañear? ¿Qué clase de hombre puede sentir tal orgullo por su profesión? Yo quiero ser tipógrafo. Por avatares de la vida no lo soy así que intento superar este descalabro emocional emulando otras vidas mediante los videojuegos, cosa que hasta ahora no había podido hacer con la tipografía. Por suerte Type:Rider entró en mi vida.
No, no es un simulador de tipógrafo. Es un plataformas onírico que nos traslada a la mente de Manolo y nos permite recorrer varios hitos de la historia de la tipografía jugando con sus elementos más icónicos para construir los diferentes escenarios. Bajo la forma de dos puntos saltarines nuestra misión es recoger caracteres de diferentes tipografías mientras saltamos de un lugar a otro y resolvemos pequeños rompecabezas relacionados con las herramientas de los tipógrafos.
Nada especialmente complejo o destacable pero resulta lo bastante interesante como para pasar un par de horas haciendo acrobacias y, he aquí el éxito del juego, aprendiendo por iniciativa propia sobre tipos de letra, métodos de clasificación, serifas (o gracias en correcto castellano) y famosos tipógrafos.
Type:Ryder es un juego educativo que, sin presión ni complejidades, nos da una excusa para meter el pié en el bello mundo de la tipografía e imaginar como debe ser la mente de los miles de Manolos existentes. Gente que nos ha legado miles de maneras de ver impresas nuestras ideas, sueños, esperanzas y, también, anécdotas sobre tipógrafos haciéndose mucho daño.