Hablar del reciente Yakuza Studio es hablar del capítulo más glorioso, ventas (occidentales) aparte, de la Sega actual. No hablamos solamente de las diferentes entregas de la aventura de Kazuma Kiryu, sin duda alguna uno de los mejores juegos del momento y posiblemente de todos los tiempos, sino también de títulos como F-Zero GX/AX, Super Monkey Ball, Virtua Striker 3-4 o la fantástica versión de Daytona USA para Dreamcast.
Conocida anteriormente como Amusement Vision, y con una cabeza visible tan notoria como Toshihiro Nagoshi, el hombre más oscuro y brillante (de piel) de todo Japón, parece ser la única experanza (interna, porque externamente Sega tiene estudios muy potentes, como Sports Interactive o Creative Assembly, además de los trabajos que les Platinium Games por encargo) de la brillantez que anteriormente atesoraban el Sonic Team, AM2, Overworks, Smilebit o HitMaker.
Tras la realización de Yakuza 4, y mientras horrorizaban al mundo con una posterior entrega sumida en el mundo de los muertos vivientes, se mostró al mundo un misterioso juego llamado Binary Domain. Un juego que mostraba un futuro relativamente cercano, cyborgs, un grupo de humanos rebeldes, y mucha acción.
Pero no, no estamos hablando de Terminator, ni de Yo Robot, aunque es posible que tenga algo de Phillip K.Dick, y es el basarse en una historia donde los cyborgs llegan a un nivel de acercamiento a lo humano tan grande, que creen de una manera absoluta encontrarse dentro del grupo de seres vivos.
Nuestro protagonista es Dan Marshall, un soldado que debe adentrarse dentro de Tokyo, y resolver el problema. Para ello no se encuentra sólo, sino que maneja a un equipo de varios miembros, a los que no sólo puede dirigir con el mando, sino que también les puede dar órdenes de viva voz (para lo que consola tiene que disponer de algún tipo de micrófono, normalmente localizado en una cámara como Kinect o Playstation Eye). Pero el aspecto más sorprendente, seguramente, sea el ver cómo todo lo que realizamos, ya sea durante la partida o con las conversaciones con nuestros hombres, tiene un reflejo en la estima que éstos nos tengan, y por ende, en su reacciones durante la partida. Si nos llevamos bien con nuestros compañeros podremos pedirles favores, y si no les faltará poco para que sean ellos con quienes nos liemos a tiros.
Binary Domain se juega de una manera muy digna, con unos controles que reaccionan muy bien, y con una jugabilidad sólida basada especialmente en la acción de coberturas y el superar rival tras rival, oleada tras oleada, pero puede que pese a todo a aquellos que llevemos tiempo en esto nos resulte ligeramente chirriante. Chirría por ser un producto japonés con unas aspiraciones muy estadounidenses. Chirría porque los enemigos, precisamente, son los nipones. Chirría porque mezcla unos personajes y escenarios más propios de un Yakuza que de un Gears of Wars (son limpios hasta en su suciedad), con una acción dura, constante, sin casi momentos para el disfrute.
A diferencia del juego de Epic tiene un guión que hace lo posible por interpelar las emociones más altas del ser humano, de una manera que a día de hoy, aún no ha necesitado emplear más que en disquisiciones provocadas por la lectura o el visionado de ciertas obras de ciencia ficción. Temas sobre la conveniencia de la robótica, de sus límites, de si el todo vale, o el respeto hacia otras posibilidades.
Por todo ello, Binary Domain es un juego esperado. No deja de ser un título de disparos con coberturas y órdenes de equipo en tercera persona pero sabemos de sobra que no es un juego más, sino una obra que aspira, lo primero, a encontrarse con un jugador occidental que, seguramente, le dará la espalda como hizo, en gran parte, a la saga Yakuza, y lo segundo, a intentar darle al jugador algo más que un juego de tiros.