En Estados Unidos, el país donde al fútbol se juega con las manos, las distancias están en millas y se desayunan gofres con bacon, el mundo del motor gira en un sentido totalmente distinto al del resto del mundo. Ni el Campeonato del Mundo de Motociclismo ni la Formula 1 les dicen nada: en el deporte de las dos ruedas disfrutan con las máquinas de gran cilindrada de las Superbikes, y respecto a los coches tienen mucho más interés en competiciones como la NASCAR o la propia Formula Indy, de la que vamos a hablar hoy.
Dentro de esta particular visión del deporte del motor, el lugar más carismático es el Indianapolis Motor Speedway, localizado en la ciudad homónima del estado de Indiana. Tal es la influencia y la notoriedad del circuito que hasta se encuentra en el Registro Nacional de Lugares Históricos del país. No es para menos: este circuito fundado en 1909 alberga la competición en óvalo —aunque tiene otros trazados adicionales— más conocida a nivel internacional, las 500 Millas de Indianápolis, y es el recinto deportivo con mayor capacidad del mundo, con un aforo de 257.000 personas.
Es precisamente en esta curiosa competición en óvalo en la que se basa el juego al que nos acercamos en esta ocasión. Indianapolis 500: The Simulation fue desarrollado por Papyrus Design Group, una compañía que prácticamente estaba debutando, ya que este es el segundo título que desarrolló, pero que algo tuvieron que verle desde Electronic Arts para encargarse de la distribución. La decisión fue de lo más acertada, en una época en la que Electronic Arts ponía mucho mimo a sus lanzamientos deportivos y la búsqueda de la simulación realista era su razón de ser. En este sentido, Indianapolis 500: The Simulation es ya una declaración de intenciones desde el título: la búsqueda del realismo de esta competición es algo constantemente presente en el juego.
El título nos deja elegir entre tres modelos distintos de coche con sus características propias, que se reflejan claramente en la pista en términos de velocidad punta, aceleración y dirección. Pero esto no es lo único que va a definir las características de nuestra conducción: el juego permite introducir parámetros como la presión de los neumáticos, la cantidad de gasolina en cada momento o el cambio de posición del alerón, todos ellos con gran influencia a la hora de salir a la pista.
Aparte del modo de práctica, en el que podemos dar vueltas libremente por la pista, Indianapolis 500 nos presenta tres carreras distintas a 10, 30 y 200 vueltas, aumentando progresivamente el nivel de realismo y, por tanto, de dificultad. Si en el modo más corto podemos andar libremente por la pista sin preocuparnos por romper el motor, por las colisiones o por el nivel de gasolina, en los modos más difíciles hay un montón de factores a tener en cuenta. Los impactos dañan el coche hasta dejarlo inservible, si no seguimos las normas podemos ser descalificados y la estrategia con la gasolina y los neumáticos es esencial para el éxito de nuestra carrera. El comienzo de la carrera es a salida lanzada, es decir, la carrera empieza tras una vuelta en la que se respeta el orden de salida conseguido en la ronda de clasificación.
Por si todo esto fuera poco para hacer de Indianapolis 500 un videojuego interesante, además nos encontramos con un apartado técnico que en 1989 sorprendió a propios y extraños. Toda la parte gráfica del juego está modelada en 3D, algo totalmente novedoso para la época y con el añadido de que estaba tan bien implementado que corría sin problemas en cualquier ordenador de la época, que, como podréis imaginar, estaban bastante limitados en lo que a requisitos del sistema se refiere. Además, contaba con diversas cámaras desde distintos ángulos, una delicia en el modo repetición, otro gran hito que hacía de este juego un título único. Y no solo el aspecto era bueno, sino que además contaba con un tratamiento de los impactos muy sorprendente para la época, de tal manera que si chocábamos con otro vehículo podíamos ver como las piezas de los monoplazas empezaban a volar por los aires. A esto hay que añadirle un apartado sonoro nada desdeñable si tenemos en cuenta las limitaciones de la época.
Visto en retrospectiva, Indianapolis 500: The Simulation fue toda una sorpresa en el mercado y solo su alta dificultad derivada del realismo fue lo que le impidió alcanzar unas ventas más espectaculares. No obstante, el trabajo bien hecho tenía su premio y Papyrus Design Group, sin la distribución ya de Electronic Arts, lanzó en 1993 IndyCar Racing, basándose en el mismo estilo realista pero incluyendo más circuitos, con lo que se iniciaba una nueva serie de la que tomó el testigo Sierra en 1996 con IndyCar Racing II, cerrando la trilogía de los mejores juegos basados en la Formula Indy.
A mí hermano le encantaba este juego. Anda que no metió horas ni nada. A mí nunca me han ido los juegos de carreras, pero era una gozada verlo jugar, así como las repeticiones cuando sufría un accidente. ¡Bendita nostalgia!
Las repeticiones se llevaban la mitad de mi tiempo de juego