Anda el mundo del videojuego en una de sus múltiples crisis de identidad. Los jugadores de toda la vida tenemos unas costumbres y unos usos completamente distintos a la nueva hornada de jugadores, aquellos que han nacido con un teléfono móvil bajo el brazo y a los que se agrupa bajo el distintivo de “nativos digitales”. Para unos las figuras sagradas se llaman Mario, Sonic, Alex Kidd, Opa Opa o Guybrush Threepwood. Para otros son los protagonistas de Plants vs Zombies, Angry Birds, Candy Crush o Clash of Clans. Unos se han llegado a dejar alrededor de 100 euros por jugar a un solo juego, mientras que otros seguramente no se dejen nada, pero si lo hacen pueden superar esa cantidad por mucho –y con un gran cabreo por parte de sus padres, si se da el caso–. En fin, creo que veis por donde voy, más o menos.
Y en medio de todo ese fregado están las empresas. Compañías como SEGA –la Unión Soviética de la guerra fría de las consolas y la única que era capaz de plantar cara al imperio Nintendo– que a día de hoy sale adelante ya sea gracias a juegos propios como la maravillosa saga Ryo Ga Gotoku, a base de máquinas tragaperras de cartas coleccionables como Mushiking o Sangokushi Taisen, juegos de baile como los protagonizados por Hatsune Miku, y a trabajos de estudios externos como la saga Total War y Football Manager, o incluso juegos para móviles cómo Chain Chronicles. Eso sin contar que recientemente se han hecho con Atlus –los cuales gracias a la saga Persona son realmente rentables–. (más…)