Hace unas pocas semanas, no tenía intención de jugar a Payday 2. Es más, tan sólo era marginalmente consciente de que este título existía. La culpa es de mi amigo virtual, Nathan (“A Tiny Creature” en Xbox Live). Nathan es un tipo singular. Desde hace un par de años, tras coincidir en una partida de Operation Flashpoint: Red River, nos hemos convertido en compañeros inseparables de prácticamente todo shooter que ha aparecido desde entonces. Nathan es, además, el mejor jugador de FPS que he visto en mi vida –lo cual, junto al hecho de sea británico, viva en Oriente Próximo y jamás hable de su trabajo alimenta mis sospechas paranoides sobre a qué se dedica–.
El caso es que, desde hace unas semanas, como decía, Nathan ha estado obsesionado con Payday 2. Junto a sus habituales mensajes privados a través de Xbox Live con música de Barry White, iba intercalando tráileres y gameplay de la fase beta de este juego publicado por 505 Games. Poco a poco, fui dándome cuenta que estábamos en ciernes de un título muy especial. Por especial, me refiero a la forma en que Kane & Lynch: Dead Men es especial. La forma en la que Left 4 Dead es especial. La forma en la que Deadly Premonition es especial. Si no has sentido jamás ese algo extra por un juego que no es el “Triple A” al uso, estando dispuesto a perdonar ciertas carencias técnicas o conceptuales, este no es tu título.
Payday 2 intenta acercarnos al mundo de los criminales profesionales de alto nivel. Formaremos parte de una organización que trabaja coordinadamente en el asalto a bancos, joyerías, sabotaje industrial, etc. Si estás pensando en la mítica escena del asalto al banco en la película Heat, vas bien encaminado. El título está totalmente orientado hacia una jugabilidad cooperativa, en la que se premia el trabajar en equipo y contar con habilidades complementarias a la hora de desenvolvernos ante la infinidad de situaciones que pueden desarrollarse en el transcurso de nuestros golpes.
Y es que la gran baza que juega Payday 2 es, precisamente, la variedad de misiones y la amplia selección de habilidades y especialidades a nuestra disposición. Dichas habilidades podrán desbloquearse a medida que ganamos experiencia y dinero en nuestra vida criminal. Cada personaje cuenta con un árbol de habilidades dividido en cuatro categorías. De esta forma, nuestro atracador podrá convertirse en un tanque humano, blindado y con gran capacidad para transportar munición y explosivos, un técnico especializado en abrir cajas de manera eficiente y en piratear señales electrónicas, un ninja indetectable o una mente criminal capaz de planificar el golpe perfecto.
Esta capacidad de personalización aportará a nuestras partidas diferentes aproximaciones tácticas a cada escenario (que, además, se genera aleatoriamente por lo que cajas fuertes, alijos de droga, cámaras de vigilancia, etcétera, varían constantemente de posición) dependiendo de nuestras elecciones y de las de nuestros compañeros de crímenes. El amplio arsenal a nuestra disposición también es altamente personalizable. De hecho, pone en evidencia las posibilidades de los grandes del género de disparos en este aspecto, con miles de posibilidades en este campo. Sin embargo, la adquisición de silenciadores, miras láser y sistemas de puntería dependen de un sistema de recompensas basado en el azar, que echa al traste con nuestras aspiraciones de trastear con nuestro rifle de asalto favorito.
Y no es que las armas carezcan de su importancia en el juego. Por muy buena voluntad que se ponga, nueve de cada diez misiones acabarán siendo un ejercicio de intercambio de plomo con las fuerzas del orden. La aproximación sigilosa y planificada es una opción muy recomendable, y de lejos la más satisfactoria (no hay nada como robar millones de dólares en lingotes de oro, tener tiempo de abrir todas las cajas de seguridad y escapar sin que nadie se percate de que has estado ahí), pero el propio realismo –dentro de un orden– del juego asegura que cualquier factor aleatorio que escape a nuestro control va a resultar en una alarma y en impactos de bala. Es en estas situaciones cuando la coordinación y el trabajo en equipo se hacen esenciales: un jugador puede intimidar al equipo de seguridad del banco, otro controlar a los transeúntes, asegurándose de que no llamen a la policía y tomando rehenes, mientras otros dos se ocupan de la caja fuerte.
La respuesta policial, en caso de darse la alarma, no se hará esperar. Los primeros en acudir serán agentes de patrulla, pero no tardarán en llegar equipos SWAT especialistas en situaciones con rehenes e incluso, si la cosa se desmadra, agentes del FBI. La IA de la que harán gala nuestros enemigos será sorprendentemente eficaz, siendo frecuentes los asaltos frontales de distracción mientras un equipo se cuela por la puerta trasera y rescata a los rehenes (o nos fríe a tiros). Deberemos ser cuidadosos con el fuego cruzado, además, ya que si ejecutamos rehenes decidirán entrar a sangre y fuego.
Payday 2 supone una experiencia jugable tremendamente satisfactoria, orientada claramente a su disfrute online, con claras reminiscencias conceptuales de uno de los grandes en este género, Left 4 Dead. Sin embargo, hay un par de puntos negros que menoscaban un poco su buen hacer general.
Ya hemos mencionado el frustrante sistema aleatorio de recompensas, pero sin duda el mayor pinchazo lo encontramos en la pérdida de ritmo experimentada en plena partida si se une un nuevo jugador, ya que la acción se detiene mientras éste se incorpora (al menos en la versión Xbox 360, empleada para la presente crítica).
No podemos olvidar que Payday 2 es un juego de presupuesto modesto, y eso se nota desde que introducimos el disco en nuestras consolas. La decisión de grabar una intro en imagen real obedece, probablemente, más a una restricción presupuestaria en cuanto a CGIs (la mayoría de usuarios desconoce la sangría de dinero que una intro supone) que a inquietudes artísticas. En esta línea, los gráficos y las animaciones resultan sencillos y poco detallados, destacando el modelado de las armas por encima de lo demás –algo a agradecer si vas a verlas constantemente ocupando la cuarta parte de tu pantalla. Sin embargo, esta carencia visual se puede perdonar a cambio de la diversión que ofrece este título, especialmente si se juega junto a tres buenos amigos –en mi caso, con Nathan, un americano que estoy seguro que me odia bastante y un francés que cree que habla inglés correctamente, pero da para situaciones hilarantes–.
En definitiva, Payday 2 es una muy buena opción estival, mientras esperamos a que lleguen los megatones de otoño-invierno de esta temporada. Un juego a precio ajustado que, pese a sus carencias, ofrecerá horas de sana actividad lúdico criminal. Pónganse las máscara y preparen sus armas; vamos a entrar.
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