Leyendo enlaces el otro día me encontré con unas declaraciones de Strauss Zelnick, el jefazo de Take Two, acerca de como la distribución física dominaría aún durante años. No le dí más vueltas a sus comentarios hasta que el pasado miércoles decidí comprar la recién nacida Star-T. Mi primera reacción fue ir a su página y ver si la enviaban a casa. Sorpresa, ni carrito de compra ni enlace a tiendas. Por suerte tenía a mi amigo Raúl cerca para decirme que la vendían en kioskos, recordarme que tenía uno a lado de casa y que eran esos sitios donde compraba El Jueves.
Con toda esta información en mi cabeza bajé decidido a adquirir la mencionada revista. Salí del portal giré la cabeza y allí estaba: un antro oscuro con serrín en el suelo y un señor fumando en la puerta. Mi primera reacción fue acercarme a él y pedirle cambio para jugar al Pang pero paré a tiempo y balbucee algo sobre dónde estaban las revistas de videojuegos. La respuesta del dueño fue un lacónico movimiento de mano que me indicaba el estante correspondiente. Cuando vi lo que allí había estuve tentado de preguntarle si no tenía una sección de revistas serias pero preferí despedirme, salir por la puerta y allí, solo y helado en mitad de la calle, decidí que no tenía tanta prisa por leerla así que volví a casa.
Desafortunadamente el daño ya estaba hecho. Había comenzado a darle vueltas a esto de las compras físicas y a recordar que yo solía ir a sitios como ese a por cosas, que rebuscaba entre los estantes y salía tan feliz con o sin objetivo cumplido. El sentimiento de felicidad al descubrir una nueva tienda que no conocía y ver que encontraba en su interior. Revistas, software, piezas de ordenador, miniaturas, incluso videojuegos… ¡Pop! Flashback mediante al fin volvió a mi cabeza el porqué había dejado de frecuentar comercios excepto para comprar comida y ropa.
Me recordé a mi mismo hace años, cuando aún era un chaval imberbe que vivía en un pueblo y un día reuní mis ahorros para ir a la ciudad a comprarme un videojuego. El objetivo era Cobra Mission, JRPG de gran profundidad psicológica y moral, pero la dependienta me caló y me recomendó algo más adecuado para mi edad: Grand Prix Manager. La chica me lo vendió como un gran simulador de F1 y aunque ciertamente no tenía fotos de pechugonas el Grand Prix me había encantado (todavía conservo las fotocopias de su manual que me pasó un amigo) así que, sintiéndome menos pajillero y piratón que cuando entré, cogí la caja bajo el brazo y me fui.
El viaje se hizo corto mientras ojeaba el manual del juego y eso que ya había empezado a mosquearme. Aquello era un simulador pero no de conducción, como me habían hecho creer, si no de gestión. De todas formas el género no me desagradaba así que decidí darle una oportunidad. Llegué a casa, introduje el CD y luché durante horas para que el juego andara. Nada. Mi PC no era lo bastante potente, lo dejé todo en su sitio y decidí devolverlo al día siguiente.
24 horas después de mi anterior visita volví a pisar el local y pedí que me cambiaran el juego. Entonces empezó la lucha por demostrar mi inocencia. Primero tuve que justificar porque había abierto el juego, luego demostrar completo conocimiento de mi pc mientras ella comprobaba los requisitos en la caja y cuando por fin conseguí que me admitieran el cambio soportar el lapidario “Mira, te lo cambio por hacerte un favor pero lo que pasa es que no te ha gustado ¿verdad?”. Fantástico. No sólo me habían impedido comprar lo que yo quería, además me habían tomado el pelo y perdonado la vida.
Ese día cambió mi visión de la vida. Los vendedores no estaban ahí para ayudarme si no para endosarme cosas. Así que decidí vengarme y esta obsesión me llevó años más tarde a infiltrarme entre ellos para destruirlos. Me convertiría en un buen vendedor y daría consejos, la gente me compraría cosas por mis conocimientos y despedirían a todos los que simplemente promocionaban el juego de moda. Los niños sonreirían y las madres los podrían dejar ir a comprar solos sin temor a que algún tipo les asaltara ofreciéndoles seguros para sus juegos de segunda mano o volvieran con un The Mission que les habían recomendado. Sobra decir que no funcionó.
Cuando se disiparon las nieblas del flashback me acordé de Zelnick. Tenía razón, durante años aún seguiremos comprando juegos con sus cajas físicas, sus discos físicos y sus cada día más raquíticos manuales pero las tiendas, las de ladrillos de toda la vida, en las habitan gentes vestidas con polos, chalecos y trajes, esas ya no sirven para nada.
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