Corría el hermoso año 2007. Xbox 360 vivía su apogeo sin rumores de sucesión, en Sony decían que PlayStation 3 tendría una vida de al menos diez años mientras PlayStation 2 les miraba de reojo, y Bioware acababa de sufrir un pequeño traspié con el lanzamiento de Jade Empire para la Xbox original y los ordenadores con Windows, un juego aclamado por la crítica y olvidado por el público, sin pena ni gloria.
Mientras tanto, en la misteriosa y lejana Alberta, en Canadá, el equipo de Bioware desarrollaba las semillas de lo que sería otro juego destinado a perderse en la larga sombra de Baldur’s Gate 2, Dragon Age: Origins, y además nos regaló una curiosa obra, un juego ramplón de disparos con ligeros toques de rol. Mass Effect fue creado inicialmente en colaboración con Microsoft Game Studios para Xbox 360, aunque acabó apareciendo también en PC gracias a Demiurge Studios y Electronic Arts.
Mirándolo detenidamente, este título de disparos ofrece un control pobre en comparación a su coetáneo Gears of War. No tiene sistema de coberturas, carece de la espectacularidad cinematográfica de la saga de Epic Games y, en gran medida, el ritmo no se acerca en épica al viejo Halo. Al contrario que en Baldur’s Gate o The Elder of Scrolls IV: Oblivion, el hilo argumental es completamente lineal. Pero, a pesar de toda esta medianía, el título de Bioware logró obtener respuestas extremas en la mayoría usuarios: provoca amor u odio sin concesión alguna. Y no es fácil entender a la vez por qué Mass Effect es un juego proverbial y mediocre a la vez.