Jugar Max Payne 3 ha sido como salir de copas con un viejo amigo, de esos que no ves desde la universidad o el instituto, veinte años después. Y claro, el tiempo no pasa en balde y ese amigo ha cambiado. La edad, la familia, el trabajo… la vida, vaya; y se nota. Todo eso se nota.
Viejas sensaciones perdidas y recordadas, un torrente de anécdotas. La noche se torna un intercambio de momentos del pasado, entre brindis de complicidad y suspiros por tiempos pasados. La comparación con el tiempo pretérito es evidente y en este caso no es menor.
Mucho ha pasado ya desde aquel Max Payne primigenio, con cara de asco y guionista, que sentó las bases de un género borracho de John Woo, a quien incluso dedicaba una broma y mil referencias.
También de su secuela, mucho más noir y con un exquisito regusto a Sin City, femme fatale incluida, como toda buena historia de cine negro precisa. Haga memoria el lector y descubrirá la suya, igual que el protagonista de estas historias. En realidad, Max Payne 2 era mucho más redondo que su predecesor, afinando lo que funcionaba y raspando lo que no. Y Max Payne 3, en plena fiebre de resurección de sagas, podría no ser una buena idea… Podría, claro, si no estuviera Rockstar detrás.
Porque Max Payne 3 sigue siendo Max Payne. Y como ese amigo del que hablábamos antes, ha envejecido. Pero envejecer a veces implica madurar, mejorar y perfeccionarse. El bagage de los años está ahí, sí, pero son unos años bien llevados y, al igual que su protagonista, lo que parece una caida en desgracia es un resurgimiento a sangre y fuego, pura violencia orquestral.
Hay sistema de coberturas, sí, como todo maldito juego actual, pero como mero trámite para el descanso y de vuelta a la acción. Porque Max huele a bourbon y a pólvora. Su periplo, contado, como es tradición en la saga, intercalando flashbacks, es una historia mil veces contada, mil veces escuchada y mil veces disfrutada, de un trabajo, una traición, una venganza y justicia aplicada a través del cañón de una 9 mm con el sonido de casquillos rebotando, de fondo.
No busqueis más ni pidáis otra cosa: Max Payne 3 es el mismo producto, pero mucho más maduro, sabio y organizado. Se ha sabido adaptar a los tiempos, y pese a momentos muy puntuales, el heroic bloodshed que protagoniza el ex-policía es de libro de texto, con un inicio demoledor y una progresión ascendente que culmina en la definición videojeguil de lo que debiera haber sido la última película de John McLane, porque Max es, realmente, el último héroe de acción. El final de una época.
Decía que jugar a Max Payne 3 ha sido como irse de juerga con un viejo camarada, porque todo son recuerdos evocados de una época pasada. Pero, al brindar juntos con la última copa, ya de madrugada, te das cuenta que la noche ha sido fantástica y ha generado grandes momentos que recordarás la próxima ocasión, y mientras caminas de vuelta a casa por el paseo de los borrachos sólo puedes pensar “que tío más de puta madre, tenemos que vernos más”.
Brutal descripción de un juego brutal. Los únicos defectos que tiene este juego son los derivados de llevar al extremo otras virtudes
Yo tenía bastante miedo, porque los dos primeros títulos fueron para mí de los más importantes de mi vida como jugador, y era un cambio taaaaaaaan radical (en un principio) que pensé que iba a ser una decepción. Tiene momentos brillantes, momentos que me recordaban a su eminencia Heissenberg, momentos tan badass que me hicieron gritar literalmente de lo brutal que era la escena, momentos para el recuerdo, sin duda.
Me ha encantado tu forma de explicarlo, sigue así.