A nadie se le escapa el auge del crowdfunding, y mucho menos el aumento desmesurado del número de proyectos que aparecen. Mucho más llamativo es como algunos desarrolladores, autores de renombre con la capacidad de firmar obras, han comenzado a crear proyectos en dichas páginas o a echar pestes sobre las “malvadas” editoras. Los artículos de opinión de los gurús no cesan de repetir el mismo mensaje, que “este modelo de financiación es el futuro”, al menos para los más pequeños. Ahora bien, ¿tenemos claro en qué consiste?
Tal vez vivan en un búnker y ni siquiera se molesten en ver el obsoleto telediario, y si ese es el caso es fácil arreglar cualquier confusión con una definición: la financiación colectiva mediante crowdfunding se basa en obtener donativos de pequeños inversores que gastan su dinero para propiciar la creación de un producto. Por tanto, no existe por definición una compensación obligatoria hacia el donante más allá de que el proyecto pueda ver la luz. Sin embargo, si que es habitual ofrecer material promocional digital en forma de imágenes exclusivas, música, acceso a algunas de las labores de producción, o también en ocasiones material físico como posters, camisetas y libros. Concretamente en los proyectos de financiación de videojuegos, las pujas que superan el precio estimado de venta, suelen recibir la promesa de una copia del producto tras su puesta en venta, puede que hasta en fase de pruebas. Y muy de vez en cuando, o mejor dicho para las pujas realmente altas, ser partícipe en el trabajo del estudio en cualquier etapa, pudiendo incluso vernos reflejados en la obra. Evidentemente no se trata de un ejercicio pernicioso para el consumidor, tampoco es un modelo de financiación censurable a priori pero, asumiendo el trasiego de premios como un hecho, ¿qué sentido tienen las palabras de uno de los dirigentes de Kickstarter alegando que “Kickstarter no es una tienda”?
Aparentemente los proyectos sin un buen padrino detrás, e incluso con uno, que no levantan suficientes expectativas o que no ofrecen juguetes claramente jugosos fracasan. Los comentarios que se dejan por las redes sociales sobre las “recompensas” por «donar» una cantidad de dinero u otra y la molesta atención que muestran los autores o las propias plataformas por ellos lo deja aún más patente: puede que sólo busquen el juguete, o puede que sencillamente intenten mitigar la inseguridad. Donar dinero a un proyecto sin la certeza de que este vaya a ser finalizado no siempre es plato de buen gusto, aún cuando el proyecto resulta apetecible puede ser un plato indigesto. Pero lo indudable es que se genera un flujo de dinero y de bienes que en cierto modo puede respaldar la actividad de la empresa.
Algunos de los servicios más populares disponen de sistemas que protegen al donante, como el bloqueo de los cobros o los pagos antes de que se alcance el mínimo establecido para poder terminar el proyecto, aparentemente es una preocupación constante el que un proyecto pueda recibir dinero sin llegar a ser terminado. Queda claro que la fe es vital en el proceso y el máximo premio siempre es una promesa, la de ver el producto. En un sistema que requiere la creencia en un final que no se puede asegurar las leyes son el refugio a buscar, y aunque posiblemente usuarios y empresas puedan resguardarse dentro del actual marco legal, es necesario que se contemplen las particularidades de estos servicios para ofrecer una mayor seguridad. Una tarea difícil pero necesaria en un mundo donde las empresas parecen caer sin responsabilidad alguna.
Y pese a todo, aún si se diese el caso de disponer de una reglamentación más férrea, quedaría el cabo suelto que da pie al presente texto. Vivimos a expensas de las mentiras de los ingenieros mercadotécnicos. No tener claro si se trata de una venta de objetos para el mecenazgo de creadores poco respaldados, de una donación a ciegas, o de cualquier otra cosa puede acarrear consecuencias inesperadas. La ambigüedad en los términos empleados cuando un sistema se enfrenta a abusos es como una espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza del más débil, y estos abusos siempre llegan.