Pocos nombres tienen en la industria el peso que actualmente posee el gigante Rockstar, sello fundado en 1998 por los hermanos Dan Houser y Sam Houser. El estudio, con 14 años de vida entre pecho y espalda, ha sido a lo largo de su historia lo suficientemente hábil y valiente como para romper no pocos prejuicios, crear un modelo de juego imitado por no pocas franquicias, y hacerse con una impresionante colección de polémicas casi a cada paso que daba. Ciertamente, Rockstar ha hecho fácil lo difícil, algo al alcance de unos pocos; ha conseguido masificar un modelo de videojuego que por su esencia satírica y ultraviolenta parecía, en un principio, un modelo restrictivo y reservado a ciertos sectores minoritarios de jugadores. El mencionado éxito masivo de su populosa marca Grand Theft Auto desembocó, mediante un flujo descontrolado de cantos de sirena previa desvirtuación mediática, en una polémica de proporciones ridículas que podría haberse atajado a tiempo si en este y otros países la gente tomara por fin consciencia de la existencia de las etiquetas por edades y contenidos.
He de reconocer que siento debilidad por ellos, es una de mis compañías favoritas y no sólo porque la práctica totalidad de sus juegos me han gustado a niveles que han rozado la demencia, sino también por una cuestión de actitud, por no ceder a las presiones fruto de las citadas polémicas. Claro que, no es GTA todo lo que reluce y polemiza en Rockstar, de hecho, una de las polémicas más imbéciles e injustas – probablemente una de las polémicas más imbéciles e injustas que recuerdo no sólo en lo que atañe a Rockstar sino al mundo del videojuego en general– estuvo protagonizada por un chaval de 15 años llamado Jimmy Hopkins, pero hablaré de esto más adelante.
Entre revuelo y exabrupto, los integrantes de Rockstar ni siquiera salieron escaldados por ese hot coffee derramado que salpicó incluso a las enaguas más rancias del amarillismo, una opción de juego oculta que activaba escenas de sexo suave. Cosa curiosa ésta, semejante indignación por un polvo que no mostraba absolutamente nada de manera explícita rodeada por una aventura repletísima de misiones salvajes, más allá del simulador de proxeneta violento cuyo único objetivo lúdico consistía en apalear prostitutas, como así quisieron venderlo a la gran masa desde los confortables sofás de la tertulia televisiva (y casera) de turno. Porque sí, en la escala de valores y el medidor de moralinas del populacho, echar un polvo con la novia de tu avatar es mucho más censurable que una excursión a la montaña para recoger a tus amigos después de que hayan pasado toda la noche comiendo setas alucinógenas y copulando con las zagalas de un ranchero paleto, quien se enredará a tiros sin pensárselo mucho al enterarse de que sus niñitas, además de quedar desfloradas, han pillado ladillas. Más censurable que desmembrar a todos los trabajadores de una granja a lomos de una cosechadora, irrumpir en un fumadero de crack y reventarle la cabeza con un bate a unos pobres yonkis que a duras penas pueden levantarse del suelo, o sobrevolar la ciudad con un caza de guerra lanzando misiles a las gasolineras. Y esto por poner algunos ejemplos muy a vuelapluma, que ya el anterior título de la franquicia, ambientado en una poligonada Miami rosa neón, aglutinaba toda una ristra de situaciones y acciones que se meaban en las lindes del buen gusto y la decencia, para gozo y disfrute de los jugadores.
Estos chicos siguieron a su aire, y tras hartarnos de repartir octavillas de la nueva película porno de Candy Suxxx mientras hacíamos piruetas imposibles con un helicóptero, expender sustanciosas cantidades de droga desde una pizpireta y musical heladería rodante, volar en jetpack desde el Area 51 hasta San Francisco, o confraternizar con un desfasadísimo jipi a bordo de una floreada Volkswagen T1, llegamos al cuarto capítulo de la saga, nuevamente no exento de polémica tanto por parte de los sempiternos detractores del videojuego como de los propios simpatizantes de la franquicia, que esperaban, algunos, de una nueva oda al desfase y a la acción más inverosímil. Personalmente y pese al cambio de tono, o precisamente por eso mismo, GTA IV, con sus dos capítulos extra posteriormente publicados, me parece una opera urbana tan magníficamente construida que aun después de cuatro años desde su estreno (y tres desde su cierre) soy incapaz de ponerle pegas.
Defectos tiene, por su puesto, y mecánicas repetidas hasta la náusea en cantidades cancerígenas también, pero la sensación global que me taladró la sesera mientras contemplaba los créditos de The Ballad of Gay Tony, con ese vagabundo dilapidando fajos de dólares tamaño enciclopedia en una mansión con piscina rodeado de putas de lujo, fue tan rotunda, tan de una satisfacción plena, que no puedo más que reverenciar el trabajo de estos niños malos de la industria. Y porque aunque la narrativa se haya ceñido, casi totalmente y de manera rígida, a varias horas de escenas de vídeo, la trama y los personajes están tan bien hilados a lo largo y ancho de los tres capítulos entrecruzados que uno asume con alegría ese papel de espectador y jugador alternativamente, sin percibir una ruptura demasiado hiriente entre ambos planos. Nuevamente Rockstar desplegó una galería de personajes de un titanismo desaforado, atreviéndose incluso con la cesión del protagonismo del capítulo principal a un inmigrante de la Europa del este más pobre que las ratas del buque en que desembarcó, o el co-protagonismo de su último spinoff a un empresario gay que se libraba, por fin, del estereotipo “maricaloca” del desdichado Florian. Se atrevieron con un desnudo frontal masculino y una buena ración de polvos en los turbios lavabos de los clubes nocturnos de moda. Y bueno, en fin, inolvidable Yusuf y su Arab Money.
Muy pocos temas de los llamados controvertidos (siempre hablando desde la temática urbana y criminal que impera en la saga) han escapado a la lente satírica de estos muchachos, que además han tenido la pericia de mostrarlos, en muchas ocasiones, desde una doble vertiente; exprimir por un lado el estereotipo de la forma más burda posible y con todo el cachondeo de que han sido capaces, para posteriormente mostrarte el reverso más crudo y miserable. O cómo pasarse toda la franquicia entera traficando con drogas para, de forma paralela, inspirarte cierta lástima con sus consecuencias en las carnes de ciertos individuos, o acumular cifras astronómicas de muertes para que, en un momento dado, nos hagan dudar de si apretar o no el gatillo delante de un pobre diablo cuya captura nos ha traído locos durante más de medio juego.
¿Qué podemos esperar de GTA V?
Todo aquel que esté medianamente pendiente de las noticias y novedades en esto de los jueguicos ya habrá visto algunas de las capturas que Rockstar ha empezado a soltar con cuentagotas en los distintos medios, con el fin de arrancar nuevamente la locomotora del hype en los esperanzados corazoncitos de los fans. La incógnita, más allá de los fuegos de artificio y las capas de pintura, es si esta nueva entrega se decantará por el tono festivo y desmesurado, encarnado en Vice City y San Andreas respectivamente, o retomará la senda instaurada por GTA IV, con ese aire más contenido, más turbio y un poquito más ácido que los alegres capítulos anteriores. Elegir la primera opción acarrea un cierto riesgo de no copar las expectativas de los adeptos a la «pandilocura videojueguil», y de esto tiene la culpa la gloriosa irrupción en el mercado de títulos como Just Cause 2, Saints Row The Third o el más reciente Sleeping Dogs, juegos que no ocultan su inspiración (a estas alturas es algo imposible si se quiere hacer un juego de acción urbana de desarrollo abierto; GTA es el eterno referente) pero que sorprendentemente han sabido pulir ese estilo de juego centrado en azotar las neuronas del jugador a base del «bigger, faster and more badass» hasta los límites de la explosión craneal. La otra opción, probablemente la más viable y lógica, es también la opción que sinceramente prefiero; recuperar ese tono satírico con el punto justo de contención (que no la trascendencia que muchos jugadores aparentemente vieron) de GTA IV, con las esperadas mejoras añadidas en el gameplay que seguro tomarán y pulirán de Red Dead Redemption. No estaría mal un reciclado de las mecánicas más obsoletas y cansinas (ese “persigue a Fulano con el coche pero no demasiado cerca como para que te descubra”, ¡ay!), pero por lo demás no deberían tener mayores dificultades para volver a petarlo, y a petarlo con estilo.
En cualquier caso, la magnitud, a varios niveles, que ha conseguido alcanzar la franquicia Grand Theft Auto es algo tan sólo al alcance de unos pocos nombres propios dentro del mundo del videojuego. Cada nueva entrega es una bomba mediática, un fenómeno de masas del que aparentemente nadie escapa, ni el admirador más entusiasta ni el detractor más convencido; uno de esos acontecimientos capaces de convulsionar hasta el tuétano a toda esa arquitectura de redes sociales, blogs y webs de la que se retroalimenta el videojuego y que tanto nos divierte. Y puesto que de divertirse va la cosa, ya sea como lector o jugador, de forma activa o pasiva, creo que todos –desde el más escéptico hasta el que ya va contando los billetes– podemos empezar a frotarnos las patitas con el advenimiento del nuevo capítulo, cuyo lanzamiento, intuyo, no se hará esperar demasiado.
AY!. Tengo TODOS los GTA, y he jugado un poquito. Quiere decir, siempre que me he puesto, he acabado teniendo que hacer algo, y viendo lo graaandes que son, he acabado por hacer cualquier otra cosa. Lo mismo podemos decir de RDR o Canis Canim Edit (Bully).
Y eso que el rollo me va, no en vano si que he conseguido darle con amor a todos los Yakuza que han aparecido en occidente (no, el de los zombies no), y espero con ansia tener tiempo y dinero para ayudar a Wei a acabar con sus problemas en Hong Kong.
En fin, que me has dado ganas de echarle una partida. Lástima de tener que elegir entre vida real y virtual 😀
Yo soy un firme defensor de que el paso a las tres dimensiones arruinó parte de la experiencia, siempre que los he jugado me ha parecido verle el cartón piedra a la simulación e incluso se me ha hecho pesado el trabajo de recadero. Soy consciente de que todo el rollo barriobajero y las putas es lo que le da salsa al asunto pero pasada la broma me aburre.
Tengo el cuatro muerto del asco esperando para que le de cariño, pero la extensa intro casi me hizo desistir, lo que vino después lo logró, y lo mismo me pasó con el Max Payne 3. :(.
Me aburren, no puedo con ellos.
Tal vez sea porque si no me guían «me pierdo», o simplemente porque las mecánicas son repetitivas, pero por muy malo que te permitan ser, si no ofrecen un avance que capte mi atención acabo divagando y aburrido.
Tengo toda la saga, pero no la considero una obra maestra, mas bien los utilizo como vía de escape, juego unas misiones, me aburro, y los vuelvo a dejar aparcados para dedicarme a otro juego que me llame mas la atención.